La isla del Atlántico Norte transforma su actividad volcánica en una ventaja energética, combinando innovación científica y planificación estatal. A la vez, enfrenta desafíos concretos como las recientes erupciones en la península de Reykjanes.
Islandia, tierra de glaciares y volcanes, es también una potencia energética que extrae su fuerza de las profundidades de la Tierra. Su posición geológica —justo sobre la Dorsal Mesoatlántica y un punto caliente volcánico— genera un entorno ideal para el desarrollo de energía geotérmica, una fuente renovable que hoy abastece al 90% de los hogares en calefacción y produce más de un 25% de la electricidad nacional.
Este fenómeno se da gracias a un conjunto de procesos naturales y tecnológicos que en conjunto podrían llamarse “Volcanic Heat Loops”. El término alude tanto a los patrones de transferencia de calor en las zonas volcánicas —como la convección del agua caliente a través de la roca porosa— como a los sistemas artificiales que canalizan ese calor, como los lazos cerrados de bombas térmicas o las perforaciones profundas.
Uno de los proyectos más ambiciosos en curso es el Krafla Magma Testbed (KMT), que planea perforar 2.1 km hasta alcanzar una cámara magmática activa en el volcán Krafla. El objetivo: instalar un observatorio subterráneo con sensores de temperatura y presión, mejorar la predicción de erupciones y —sobre todo— explorar una nueva frontera en generación de energía. Se estima que las temperaturas podrían llegar a los 900°C, lo cual permitiría multiplicar por diez la eficiencia energética respecto de los pozos actuales.
Islandia cuenta con 799 MW de capacidad instalada en energía geotérmica (datos de 2020) y ha logrado aplicaciones que van desde la climatización urbana hasta el turismo y la agricultura. El 65% de la producción nacional de tomates se cultiva en invernaderos alimentados por energía geotérmica, mientras que el célebre spa Blue Lagoon, cerca de Reykjavík, utiliza directamente el agua de desecho de una planta geotérmica.
En zonas de alta actividad volcánica, como el cinturón de rift del país, la roca basáltica, altamente porosa (hasta un 30%), permite la transferencia rápida del calor hacia la superficie. Allí, el gradiente térmico puede ser tan elevado que permite instalar sistemas de bucles verticales con profundidades de apenas 6 a 8 metros, o pozos verticales de 250 a 300 pies, como ocurre en varios hogares islandeses.
Sin embargo, el aprovechamiento de este recurso no está exento de complicaciones. Desde diciembre de 2023, Islandia ha sufrido ocho erupciones volcánicas en la península de Reykjanes, la más reciente en abril de 2025, lo que obligó a evacuar la ciudad de Grindavík y el spa Blue Lagoon. La erupción abrió fisuras de hasta 1.200 metros y cortó el suministro de agua caliente a miles de personas, evidenciando la necesidad de sistemas de monitoreo robustos y planes de contingencia para infraestructura crítica.
Además, avanzar en perforaciones de alta temperatura implica retos tecnológicos considerables: los ingenieros deben usar aleaciones especiales de níquel y titanio para resistir los gases corrosivos y temperaturas superiores a 200°C.
En este equilibrio entre riesgo geológico y aprovechamiento energético, Islandia ofrece un modelo único: una pequeña nación que convirtió su condición volcánica en una ventaja estratégica. Y si el KMT tiene éxito, podría estar ante un salto cualitativo hacia una nueva generación de energía limpia y superpotente, extraída directamente del magma terrestre.