Entre la invisibilización y la burla: ¿quién decide quién merece ser reconocido en la política local?

Una concejal confundida en público. Una caricatura que incomoda. Una editorial que operó más como fusilamiento simbólico que como análisis. La verdadera pregunta es: ¿quién define lo que vale en política?

Durante el 40° aniversario del Fogón Gaucho Padre Buteler, en el predio El Tuscal, se produjo una escena tan breve como reveladora: una concejal en funciones desde hace cinco años fue confundida por los presentadores con “una profesora de lenguaje de señas”, sin nombre, sin cargo, sin aplauso.

Lo que podría haber sido un simple desliz se convirtió rápidamente en una excusa para escribir un editorial cargado de ironía, con una caricatura de por medio, que concluye que dicha funcionaria «no hace política real» porque «nadie la conoce».

Pero la omisión no fue solo de los presentadores. Tampoco la corrigió el protocolo. Ni sus colegas concejales. Ni el oficialismo ni la oposición. ¿Quién está tan presente en la política como para reconocer a una figura que, al parecer, no figura? ¿O se trata más bien de una construcción comunicacional que decide a quién visibilizar y a quién no?

Esa pregunta no se resuelve con ironía ni con burlas gráficas. Porque si la representación política se mide solo por el reconocimiento popular, entonces deberíamos entregar bancas por likes o aplaudir más fuerte a quien más sale en la foto.

La verdadera política se construye con proyectos, trabajo legislativo y compromiso social. En este caso, estamos hablando de una concejal que ha presentado iniciativas como el Plan Integral de Saneamiento de la Laguna Sanitaria, la instalación de detectores de monóxido en obras nuevas, la creación de un fondo para la compra de una ambulancia de traslado, y el Plan Alta Gracia Accesible, que propone ordenamiento urbanístico con perspectiva de inclusión.

Entre sus proyectos más recientes, también se incluyen el Corredor Seguro Joven, el turnero digital para salud y licencias, un plan de remediación del predio de poda, propuestas para mejorar el sistema de transporte público, un plan de desarrollo turístico con ente mixto, y medidas para prevenir el juego online en niños y adolescentes. Además, ha acompañado reclamos concretos por la situación del Hospital Arturo Illia y la falta de obras de agua y cloacas en los barrios.

Eso, para algunos, no alcanza. No garpa. No vende.

En vez de preguntarnos por qué se la confundió, deberíamos preguntarnos por qué nunca se la mostró. Por qué ciertos medios que se presentan como neutrales evitan darle espacio a voces que no responden al poder de turno. Por qué se caricaturiza a una mujer que no responde al relato oficial.

La caricatura no es inocente. Es símbolo de burla. Es reducción a un gesto. Es convertir a una funcionaria electa en un personaje sin contexto. ¿Habría sido lo mismo si se tratara de un hombre? ¿Se editorializaría con tanta liviandad sobre un varón confundido públicamente, con una banca detrás y una agenda legislativa consolidada? ¿O solo se exige visibilidad cuando es mujer y opositora?

La política no es sólo la foto del acto. También es la ausencia planificada en los medios. Es lo que no se dice. Es lo que no se cubre. Es lo que se silencia por omisión o se distorsiona por conveniencia.

Los hechos no se editorializan solos. Alguien elige contarlos de una forma. Alguien decide que vale más el olvido que la corrección, más la risa que el reconocimiento. Alguien prefiere usar el error como arma y no como oportunidad para revisar cómo comunicamos y a quién legitimamos.

En definitiva, la pregunta es simple pero profunda: ¿quién escribe el guión de la visibilidad política? ¿Y quién queda fuera del encuadre?

Desde este medio, creemos que ninguna persona que trabaje por la inclusión, que acompañe actos oficiales con lenguaje de señas, y que construya una agenda legislativa seria y comprometida, merece ser reducida a una caricatura. Mucho menos en una ciudad que se llena la boca con palabras como “tradición”, “democracia” o “pluralismo”.

La representación no se mide en aplausos, sino en compromiso. Y el periodismo, si quiere ser serio, no puede hacer reír donde hay que reparar.

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