En menos de un día, el mundo perdió dos de sus voces más influyentes. La muerte del Papa Francisco y la renuncia de Klaus Schwab sellan, simbólicamente, el cierre de un ciclo histórico donde la palabra todavía organizaba esperanzas.
En apenas veinticuatro horas, dos líderes planetarios con 88 años a cuestas abandonaron el escenario del mundo. El primero, Jorge Mario Bergoglio, el Papa Francisco, falleció en Roma. El segundo, Klaus Schwab, fundador y presidente del Foro Económico Mundial, renunció desde Ginebra. No se cruzaron en causas ni en métodos, pero ambos representaron —desde extremos opuestos— formas de interpretar y moldear el rumbo del siglo XXI.
Francisco, nacido en Buenos Aires en 1936, fue el primer papa latinoamericano y el primer jesuita en llegar al trono de Pedro. Su vocación eclesiástica estuvo marcada por la espiritualidad ignaciana, el trabajo con los pobres y una visión pastoral que incomodó a sectores conservadores de la Iglesia. Su elección en 2013 trajo un aire de reforma: austeridad, cercanía y un fuerte posicionamiento frente a las crisis globales. Denunció la cultura del descarte, cuestionó el capitalismo salvaje y defendió con fuerza la causa ambiental. Su encíclica Laudato si’ se convirtió en uno de los documentos más influyentes del pensamiento ecológico contemporáneo.
Klaus Schwab, en cambio, nació en Ravensburg, Alemania, en 1938. Se formó como ingeniero mecánico en Suiza y luego como economista en Harvard, donde absorbió el espíritu tecnocrático del management global. En 1971, fundó el Foro Económico Mundial (WEF) con una premisa sencilla pero poderosa: crear un espacio de encuentro entre líderes políticos, empresarios y académicos para pensar soluciones a los problemas globales. La ciudad de Davos, en los Alpes suizos, se convirtió en el símbolo de ese poder blando donde se negociaban ideas, alianzas y visiones de futuro.
Bajo su liderazgo, el WEF evolucionó hacia una red de influencia global sin equivalentes, promoviendo la cooperación público-privada, la inversión sostenible, el avance tecnológico y, más recientemente, la transformación digital como eje estructural del progreso humano. Pero también generó desconfianza: fue acusado de elitismo, de falta de transparencia y de ser el rostro amable del poder corporativo que decide sin controles democráticos.
La polémica estalló en 2020, en plena pandemia, cuando Schwab lanzó el libro “The Great Reset” (El Gran Reinicio). Allí propuso que la crisis sanitaria debía ser aprovechada para rediseñar el modelo económico global, apostando a una economía más verde, digital e inclusiva. Se trataba, según él, de una oportunidad histórica para corregir fallas estructurales del capitalismo. Pero la narrativa fue rápidamente capturada por sectores críticos y teóricos de la conspiración, que vieron en ese manifiesto el intento de una élite global de reconfigurar el mundo sin consultar a los pueblos.
Frases como “no poseerás nada y serás feliz”, incluidas en un video oficial del WEF basado en un ensayo de la política danesa Ida Auken, terminaron asociadas directamente a Schwab, aunque nunca las pronunció ni escribió. Aun así, alimentaron el mito de una agenda oculta: una nueva forma de control social basada en la tecnología, el alquiler perpetuo y la erosión de la propiedad privada.
Francisco y Schwab fueron, entonces, dos formas de liderazgo global. El primero, pastoral, simbólico, cargado de gestos y silencios. El segundo, técnico, planificado, discursivo. Uno abrazó a los descartados. El otro, a los arquitectos del futuro.
Ambos intentarían ordenar el caos después del COVID. Ambos levantarían un relato: el Papa, desde la misericordia; Schwab, desde la eficiencia.
Y ahora, ambos se van. Francisco, en un ataúd blanco. Schwab, con un comunicado. Ambos a los 88 años. Ambos, en el mismo instante histórico.
¿Es casualidad? ¿O hay algo en esa sincronicidad que merece ser leído?
Se apagan los 88. Se retiran dos formas de ejercer el poder: la del pastor y la del ingeniero. La del Evangelio y la del algoritmo. Y con ellos, se cierra un ciclo donde la palabra —desde distintos lenguajes— todavía aspiraba a organizar el futuro.
¿Será el fin de los grandes profetas globales? ¿O el comienzo de una nueva narrativa sin rostro, más fragmentada, más descentralizada? ¿Quién tomará la palabra ahora?